¿Alguna vez estamos conscientes de que hay más de 7 mil millones de personas alrededor del planeta que también tienen sueños, anhelos y temores?
El ser humano parece no estar diseñado para entender esta verdad: somos insignificantes. Vivimos en un gigantesco universo formado por miles de millones de planetas, estrellas, galaxia y rodeado de miles de millones de personas. Somos como un grano de arena.
Aún así, el que seamos insignificantes ante la masa humana no nos resta importancia a lo que somos: somos seres únicos. Diferentes uno del otro en todos los detalles posibles: color de piel, color de cabello, color de ojos, altura, peso, sonrisas, lunares y sobre todo en las huellas.
Las huellas dactilares proporcionan una identificación tan precisa de una persona, que es casi la única pista que ubica a alguien en algún lugar, pero no es la única huella, las huellas de los pies también. Y si vamos más profundo, iremos a la esencia del ser humano, el ADN. Cada persona tiene un código personal de ADN que es similar al de sus padres, pero es diferente uno del otro y las probabilidades de encontrar un ADN similar es de 1 en 3 trillones. Somos únicos.
Pero allí no quedan las huellas. Dependiendo de lo que hagamos en esta tierra y cómo lo hagamos, dejaremos una huella emocional o intelectual. Podemos ser recordados por seres amados, por enemigos, por fanáticos, por admiradores, por detractores. No importa qué hagamos, seremos recordado por eso en la mente de alguien. Eso es una huella también.
¿Cómo es que existiendo millones de posibles caminos a elegir, entre tantos lugares para vivir y entre tanta gente por conocer, un ser humano pueda conocer a otra persona única y ser cautivado por ella? No es el resultado de fórmulas matemáticas (al menos no lo creo) ni de destinos premeditados por estrellas tan viejas como el universo.
Así como muchas personas han dejado su huella en mí, yo espero dejar mi huella en alguien más y cuando ya no viva, alguien pueda decir o recordar (en su mente) "aquí estuvo David".
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