Allá en lo profundo de la jungla de concreto y asfalto donde los sueños de muchos mueren y las esperanzas de otros despiertan, en medio de la caótica vida cotidiana de la ciudad recorriendo los templos de la mediocridad y consumismo denominados "centros comerciales", escuchar tu nombre (o sobrenombre) de la voz de una chica es más que suficiente para detener el ritmo de la vida de un hombre.
Detrás de ese mostrador de joyería extremadamente cara y en medio de tantos collares brillantes, logras reconocer el rostro de una chica que cuando conociste era una adolescente rebelde y ahora es una madre encantadora y amorosa.
Durante los 90 minutos que permaneces de pie frente a ese mostrador, la platica gira en torno a lo extraño de la vida y las vueltas que da, de cómo los hijos cambian tu vida y de cómo está latente ese temor a no convertirse en un buen papá/mamá. Ver el brillo en sus ojos cuando habla de su hijo de poco menos de dos años es una fresca brisa de ánimo, similar a un abrazo que te dan cuando no te lo esperabas.
"Uno necesita un motorcito..."
Esta frase me hizo se convirtió en una máxima filosófica para mi en ese instante. Me hizo meditar sobre lo que motiva o no a una persona. De cómo cuando pasan los años y vas madurando, te das cuenta de lo que te motiva a seguir aprendiendo y luchando. Toda la gente parece necesitar un nuevo motor para vivir, algo que los motive a luchar por lo que desean y por ver felices a quienes aman.
Así como ese corte de cabello que tanto deseas; ese carro por el que estuviste ahorrando tanto tiempo; la cena de navidad que preparas para tu familia; el niño que hoy crece en tu vientre; la montaña que está allí esperando que la escales... esos son motores que motivan a la gente a seguir adelante.
Cuando el papá de Remi pregunta ¿A donde vas? La respuesta de ese chefcito es "... con suerte, hacia adelante."
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