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TRES DÍAS, DOS NOCHES (1 DE 3)

El recuerdo de algunos años atrás acudió de inmediato al recibir la llamada - ¿En donde estás? - respondió - Aún estoy en el bus - continua explicando con preocupación - Es que aquí están cayendo piedritas negras. Entonces recordó la mañana del aquel gris día, en donde alzaba sus brazos y sus manos eran llenas de una ínfima capa de arenilla negra.

Láminas y techos fueron cubiertos con el mismo color de piel del suelo, recordando la existencia de aquel gigante recostado que de vez en cuando se levanta. Miles de insignificantes mortales se suben sobre sus ropajes oscuros para apreciar su imponente altura, como hormigas que rodean el cuello de un oso comehormigas, que van y vienen con total complacencia sin saber que puede despertar cuando menos lo piensan.

En un santiamén y una diminuta advertencia, se levantó de nuevo, como hace 12 años, sin más y con su propia naturaleza, hizo lo que debía y el cielo se oscureció una vez más.

Mientras miles de pasos dibujaban lineas entre ir y venir de un lugar a otro, los diminutos párpados humedecidos por lágrimas y delineados por las cenizas, se movían de un lado a otro, en medio de la oscuridad y el sonido de miles de piedrecillas golpeando el techo y tapizando el silencio, el murmullo de personas y el silbato de vehículos jamás vistos por esos avellanados iris.

El rugir del motor, el zumbido de las motocicletas, el granizo caliente golpeando sus cabellos, observaba como su madre acomodaba con arrebato algunas prendas para el frío, mientras daba instrucciones a las demás niñas en la habitación de madera y láminas. Mientras al fondo se escuchaba un hombre llamar a una anciana con un retazo rojo sobre su blanca cabellera para llevarle a un sitio más seguro.

Piedras y arena, algo normal en el volcán, no sobre el suelo sino lloviendo como el sol al medio día sobre los lirios. Con el corazón palpitando y los ojos sobre el estruendo, unos pies se dirigen hacia una muerte segura. Aún conociendo el riesgo, la voluntad y el espíritu es aún más fuerte que el sentido común.

Una estela de humo se levanta y oculta a quienes por allí estaban. Como luciérnagas furiosas, cientos de rocas se elevan y chocan contra el suelo, los árboles, los ojos. Mientras las lágrimas aún corren en sus mejillas, la vida se escapa en un suspiro y el miedo inunda el corazón. No todo está perdido, pero la luz poco a poco se desvanece. Mientra el caliente sol es cambiado por una triste y fría noche de lluvia.

Entre gritos, lluvia y piedras, la figura perdida busca otra sombra ambulante en donde afianzarse, pero nada. Paso a paso la lluvia oscura nubla la visión y el cuerpo aun camina. Cientos de pasos se han ocultado en la oscuridad y ningún alma que aliente una triste y solitaria mirada.

Poco a poco empieza a percibir luces y sonidos, con su acompañante entre los dedos, en el último aliento el frío disminuye, el dolor se opaca, la lluvia se detiene. Sus pies llenos de oscuros granos empiezan a limpiarse con cada paso, empieza a caer el día y el amanecer lleno de luz crece. Cierra sus ojos y siente el silencio.

Mientras sus amigos le buscan, entre oscuridad y cenizas, se ven interrumpidos por la conciencia, al observar a los asustados pobladores que buscan refugio. Deberá esperar, mientras quienes están a su alcance puedan ser salvados. Todavía lo podemos encontrar - se decían - debemos apresurarnos. Mientras el frío y las lagrimas seguían corriendo en sus amigos, el ya no tenía una razón para llorar.

Primero el temblor, luego la lluvia de arena, ahora la noche. Mientras el lagrimeo del cielo continuaba, los corazones palpitaban incansables, los pies yendo y viniendo, las manos de un lado a otro, los ojos de arriba abajo. No hay tiempo para pensar en el dolor, no hay tiempo de saborear el olor de una cena caliente, no hay tiempo para llorar. Sin embargo, eso no impide que su rostro se humedezca por las goteras de sus ojos, mientras el corazón palpita y el cuerpo responde a lo que debe hacerse.

No parece real, pero lo es.

(... continúa)


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