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Lunes. 8 AM. Todo mundo corre con ansiedad para intentar no llegar demasiado tarde a sus oficinas. Los buses completamente llenos. Tipos colgando de la puerta del colectivo. Gente amontonada para subir al bus. Es absurdo. Afán por todos lados. El sol brilla desde el occidente.

Conmoción, ansiedad, ira y ceños fruncidos. Un hombre no mayor de 40 años de piel oscura, nariz puntiaguda y voz rasposa, con unos pantalones completamente holgados, una playera gris con letras apenas legibles, pelo corto y ojos alargados. Pobre. Una mujer mayor de 25 años de piel clara, pelo castaño y rizado, ojos avellana, algo regordeta y de altura promedio, blusa rosada, pantalones celestes y zapatos blancos. Pobre.

Sus manos (de ella) rodearon el cuello del hombre moreno. Él la abrazó. Sus rostros quedaron de frente. Una sonrisa se dibujo en sus rostros y se balancearon dando pequeños pasos. Una vuelta entera. Sus miradas aún fijas. Un beso.

Se separaron. El subió al bus, la puerta se cerró y empezó a mover a la gente en el bus. La gente lo veía con desdén. Ella subió en el bus de atrás con su caja de dulces en mano. La gente la miraba con desdén. Él salió del bus y se paró junto a la cabina de teléfonos. Ella salió del bus y se acercó a él. Los dos se volvieron a abrazar. Otras sonrisas. Otro balanceo. Otro beso.

La gente no ve lo hermoso que es esto porque está ocupada.

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