Todos los seres humanos habidos y por haber, no importa si son niños, adultos, ancianos, mujeres, hombres, artistas, intelectuales, ladrones, políticos, amantes, románticos, etcétera... han sido, son y serán siempre imperfectos. Es natural y punto.
Toda persona que haya conocido a otra persona en cualquier lugar de la tierra, sabrá que esa otra persona tiene más de un defecto. Toda persona que tenga consciencia de su propia existencia sabe que también tiene más de un defecto.
La pregunta del millón hoy es ¿por qué sabiendo que todos somos imperfectos, exigimos la perfección en los demás? El ejemplo típico esta en la presión que ejerce un jefe sobre sus subordinados.
Un jefe sabe perfectamente que cuando él era subordinado, cometió errores, pero aún así, un jefe seguirá exigiendo a sus empleados que no cometan el error que él cometió. También está consciente de que aún siendo jefe, comete errores mucho más graves que los que podría cometer un empleado. Sin embargo, un jefe seguirá exigiendo a sus trabajadores que rindan todo su potencial y sin cometer ningún error.
Así podríamos extrapolar el mismo principio a madres sobre-protectoras, novios con celos enfermizos, amigos decepcionados, hermanos molestos y esposos desinteresados.
Todos a pesar de ser imperfectos, en algún momento exigimos la perfección en alguien más y, honestamente, no tenemos la base suficiente (ni la autoridad suficiente) de exigir perfección, sobre todo si nos valemos de la conocida frase de Jesucristo de "no miramos la viga que está en nuestro ojo".
El verdadero origen del problema de la imperfección no está en los demás, esta en nosotros mismo, está en que nosotros nos exigimos ser perfectos cuando sabemos perfectamente que no somos perfectos. Nos exigimos algo que no podemos ser... y allí es donde inician nuestros problemas.
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