Cuando se esta con las defensas bajas, nada tiene sentido. La seducción de las chicas desaparece. La valentía y seguridad de muchos hombres mengua mucho y se alejan de todas las personas. Todo parece tan ínfimo. Lo único que deseas es caer como tronco sobre la cama, sin pensar siquiera en desvestirse o quitarse lo zapatos. Deseas que te lleven la sopa de pollo a la cama y gritarle a tu jefe que te encuentra enfermo y deseando escuchar las palabras que más curan a las personas: "Puedes tomarte el día libre".
Todos estamos enterados de lo que sucede con los famosos cambios de clima repentinos de mi querido país: Toda la gente se enferma. De una u otra cosa, pero todos terminan enfermos. Cientos de personas con síntomas que van desde lo más común a lo más raro.
Observamos a personas con narices rojas por la congestión nasal. Algunos no escuchan por la infección en sus oídos. Algunos otros siempre con el molesto sonido de la tos. Otros sudan, otros se duermen en los colectivos, otros se desorientan, se descompensan, se desmayan, etc, etc.
Una sinfonía de rostros con expresiones irracionalmente extrañas: ojos somnolientos, mirada perdida, palidez, boca entreabierta, con el pelo hecho una locura. Hombres llenos de barba y con apariencia de vagos, mientras los vagos ya se han acostumbrado.
Lo cierto es que hace no menos de 24 horas, mi convaleciente garganta me apuñalaba con cada sorbo de agua y no decir del bocado de comida. Cada vez que dejaba de masticar, como todo un masoquista, era sometido al más vil castigo de toda la historia: dolor al tragar.
Hoy, 24 horas después, ya todo está mejor. Sin embargo, no puedo evitar cargar las consecuencias de haber expuesto mi cuerpo a una minúscula lluvia y al agitado viento de la tarde, que luego se transformó en un sauna cubierto de nubes y estrellas. La noche más calurosa del año.
Mañana espero estar mejor.
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