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Le he visto de nuevo. No recuerdo cuando fue la última vez que pude observarle. Fue hace mucho tiempo, pero al mismo tiempo parece que fue ayer. De la misma forma y en el mismo lugar en donde sus pasos son marcados casi todos los días. La misma estación, el mismo lugar.
No estoy seguro de haber visto alguien real. Parece más una visión o un sueño. No puedo asegurar el saber si es o no es ella. Pero estoy convencido de creer que es ella. Solo recuerdo voltear a la derecha y verla descender por el mismo lugar que le he visto varias veces.
La tarde es casi oscura, el reloj casi marca las 7 PM. Se escuchan voces, gritos, murmullos, melodías de fondo. Cientos caminan de norte a sur, de oriente a occidente, en un universo de algunos metros. Las luces bajas, pero lo suficiente para reconocer el rostro de todos. Rótulos y faroles en lo alto, ladrillos y adoquines en lo bajo.
Huellas, rastros invisibles de la voluntad de los hombres y mujeres que van a casa. Esperando nuevamente ver rostros amables. Algunos otros, con esperanza de alcanzar mejores cosas. Otros como máquinas programadas caminan como sin destino ni propósito.
En medio de este caos, su figura aparece de la nada y desaparece en la multitud. Mi corazón palpita casi delatándose en su existencia. Recuerdos. Sueños. Una palabra, un susurro, una oración. No sé que hizo antes, ni sé que hará después, solo sé que allí está.
Pronto la multitud se aquieta y las luces se encogen. El viento sopla en los vidrios. Las luces se acercan y se alejan como acordeón de sueños. Poco a poco el colectivo disminuye su marcha hasta detenerse por completo.
Marcó rojo el semáforo.
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