Hace algunos días tuve un encuentro con mi verdadera personalidad. Sé que me han dicho demasiadas veces que hay que tener confianza, que las chicas huelen la confianza, que no hay mejor atractivo que la seguridad propia, el tener una buena charla... bla bla bla bla.
Pero hace algunas noches de regreso a mi hogar, en el lugar en donde más de una vez me he topado con amigos, compañeros o familiares, en esta noche en específico no apareció nadie, a pesar de que por la estación del metro circular en promedio 500 personas por minuto.
Lo curioso es que subiendo al bus, cuando me acomodé a ver a través del vidrio del vehículo, de repente sentí una presencia conocida a mi lado. No era alguien que me esperara, pero sí alguien que conozco: la hija de una vecina acompañado de su hermano. Esta chica tendrá 12 años máximo, estudiante de la jornada vespertina.
Y allí estoy yo, un publicista de 23 años, empleado profesional, blah blah blah blah blah... Lo curioso es que volteando el rostro para iniciar una conversación, me quedé paralizado. Me sentí el ser más inútil del planeta: vocero de los solteros y ¡No puedo iniciar una plática con una niña de 12 años!
Me sentí absurdo, enojado, frustrado, inútil... (de todo). Después de tan bochornoso momento decidí que la aparente falta de seguridad en mí debe desaparecer.
Hoy le digo adiós al temor de iniciar una conversación. Y la meta es: hablarle a la chica de 12 años a como de lugar.
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