Hoy, como no pocas veces en mi país, ha habido una manifestación sobre una causa que desde hace decenas de años no se encuentra una solución fiable y permanente: el transporte urbano.
Mis ojos se abrieron una hora antes de lo normal. Contra todos mis instintos me di una ducha fría esperando poder ahuyentar el pesado baile del sueño en mis pupilas. De pronto me vi envuelto en un cortina de redondas y abundantes esferas cristalinas que chocaban contra mi piel llevándose arrastrando al abismo el sueño que me apresaba aún.
El plato de cereal, mascando y tragando lentamente.
Una hora antes de el sol poder asomarse, la calle oscura, huérfana de luz y sombras, esperando silenciosa los pasos de los trabajadores que salieron mucho antes que el fuego comenzará a arder en los leños de la tortillería.
Los dos faroles que encabezaban la marcha del pequeño vehículo de cuatro puertas de color café, con dos minúsculas bombillas de carmesí frente al vidrio delantero. Se cerró el muro de hierro para comenzar a devorar las calles. En su pasó la chica que siempre sale por la mañana a estudiar. Los trabajadores de la costa en su afán de llegar.
Mientras las luces chocan unas con otras en un doble sentido sobre la calle que conduce al oriente para llegar a la carretera que conduce a la ciudad. Miles de pasos dibujan invisibles líneas de preocupación de saber que podrá estar pasando unas millas después.
Han pasado apenas cinco minutos, cuando el vehículo se detiene. La autopista de cuatro vías que conducen al norte, ahora se dirigen al sur. Ahora si es inevitable, para poder llegar hay que caminar y caminar.
Mientras los vehículos daban vuelta con la esperanza de recorrer el camino en el menor tiempo posible, se topaban con bloqueos y bloqueos de colectivos vacíos, cargados de dolor y pena. Mientras miles de pasos rodeaban estas máquinas oscuras. Cientos de camiones cargados con frutas, ropa, especias y más cosas, que no solo han circulado mucho antes que los gallos cantarán sobre la costa, por los miles de ojos insaciables de tiempo que lloraron para que los grandes monstruos de la carretera no cerrasen su camino.
Mientras el lienzo negro comienza a azularse, miles de cuerpo se conducen sin destino aparente en direcciones opuestas. Oficios visibles: guardias, vendedores, estudiantes, gente con rostros pálidos del frío y sudorosos del camino. Todos deben llegar como pueden.
Los grados de inclinación del camino y la arena hacen difícil la tarea de caminar con soltura. El ritmo se resiente mientras los metros van pasando.
Tres kilómetros han transcurrido. La marea de personas es constante hacia el norte y hacia el sur, mientras los vehículos aún parecen tumbas con cadáveres vivos que nunca llegaron a su destino.
Una sirena suena a la distancias, mientras unimotores con dos ruedas esquivan personas, vehículos, rocas y minutos. Finalmente un colectivo que de puro milagro ha sorteado tanto obstáculo solo para llegar a recogernos. Subimos y el frío aún no mengua, a pesar de estar entre cuerpos aventureros, sedientos de trabajo, manos cargadas de compromiso.
Finalmente la terminal de bus, el monstruo verde vacío. Son las 6:30 AM.
Guatemala, 22 de marzo 2010
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